En busca de ese algo que está en medio

Crítica de «El Cuello de la Jirafa» en BERRIA, por Agus Pérez

La histórica compañía gallega Matarile ha venido al país Vasco en su 30 aniversario con una especie de locura controlada.
Para comprender las creaciones de Ana Vallés, debemos dejar de lado todos los parámetros del teatro habitual y situarnos en otro plano. Interpretaciones basadas en la sinceridad personal, ausencia de cualquier argumento lógico, la importancia concedida a las sensaciones, selectos pasajes literarios, interesantes conversaciones filosóficas, danza de excelente nivel, una banda sonora editada en directo, un diseño de luz y de objetos con categoría de arte… Todos los citados y muchos otros son los ingredientes que nos ofrecen los trabajos de Matarile, dosificados con gran delicadeza y tejiendo entre todos ellos un enriquecedor panorama.
Aun así, de nada valdría todo lo anterior a falta de un objetivo definido, y yo diría que lo que Vallés y su grupo solidario han buscado, encontrado y expuesto se traduce en mucho más que en la simple suma de los elementos: diría que es, en el significado metafísico de Oteiza, el vacío o espacio que se sitúa entre todos ellos, y que la extrema belleza y pertinencia de los elementos físicos están en escena para generar vacíos significativos entre sí. Para que mientras nos fascinan, quedemos atrapados en la telaraña invisible formada entre todos ellos y, una vez envueltos en ella, perdamos la noción del tiempo y del espacio, encaminando nuestro interior hacia otra dimensión.
De cara a la prosecución de ese objetivo invisible, se ha dispuesto un escenario en forma de U con doce grandes mesas blancas, y en el hueco simbólico así creado han tenido lugar los diálogos entre Ana Vallés y Enrique Gavilán, profesor universitario de cierta edad, sobre temas tan variados como la historia, la influencia del tiempo cronológico, el pesimismo de los filósofos, las posiciones de las estrellas y el peso de los libros. Intercalados entre los diálogos, han concurrido divertidas escenas de humor absurdo, inquietantes pasajes de danza e imágenes plásticas de gran belleza, combinado todo ello con la complicidad para con los espectadores. En el punto cumbre de esa tierna cercanía, los intérpretes se han sentado a las mesas: una pintaba constelaciones sobre su pecho, otro preguntaba la fecha de nacimiento y realizaba la proyección del tarot… y Baltasar Patiño presentaba in situ a los espectadores sus admirables libros artesanales, para que descubrieran la música, las manzanas abiertas o las pequeñas figuritas que surgían de ellos.
Daremos fin a estas líneas con un pensamiento de Vallés: «El teatro no es ahora una escena y luego otra, sino lo que está entre ellas, también lo que hay entre los cuerpos y la distancia entre las miradas. Según Artaud, se podría hacer teatro sin luz, sin música, sin vestuario e incluso sin texto. Sólo el actor ante los espectadores. Y yo digo: el actor entre los espectadores.

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