Entre las patas, bajo El Cuello de la Jirafa

Crítica de Julio Castro para La República Cultural

Miramos alrededor, hacia donde nos señalan, nos fijamos en aquellos lugares que parece que debe mirarse, y observamos todo lo que se hace hincapié en que sea visto. Si me apuran, todo lo que es políticamente correcto y necesario mirar. En parte, así arranca la creación del 30º aniversario de la compañía Matarile Teatro, que bajo esa constelación de una jirafa imaginaria que, por otra parte, no podremos ver, pero sí creer, es capaz de abarcar un período de tiempo del que no sabremos más que lo que seamos susceptibles de querer captar en este itinerario.

Un “cicerone” explica la realidad de esa constelación de Camelopardalis, y explica su oculto origen, de su pervivencia conspicua, y del propio significado de su nombre “No podéis verla porque lo impide esa pared, y más allá os lo impedirían las luces de la ciudad, la luna, las nubes. ¿Pero en buenas condiciones la veríais realmente? No sería nada fácil, pero contáis con una ventaja: sabéis que está ahí y eso es importante”. La constelación tiene cuerpo, patas, cuello, pero termina en un extremo sin cabeza.

Aquí comienza el debate que pugna entre aquello que es visible y creíble, y todo lo que, sabiendo que está, optamos por asumir. La propuesta, basada en textos, movimiento e imágenes estáticas que generan sus integrantes, difiere del teatro actual, de un teatro convencional que ha convertido al arte escénico en un lugar casi inmóvil de la historia, del que apenas algun@s creador@s optaron por salirse y seguir rompiendo y haciendo frente al espacio limitado que vemos.

Entre las cosas

El viaje ascendente o descendente por este cuello de jirafa atrapa en un universo diferente, y las propuestas de la Vallés, que siempre se salen de cualquier convención, provocan la necesidad escuchar, de continuar investigando la posibilidad ilimitada de los espacios creativos.

En un cierto instante, Ana se asoma por un extremo y se atreve a desvelar el asunto de sus propuestas, en apenas dos párrafos: la clave es la palabra “entre”, y para ello recurre a una puntualización sobre el “actor, loco y muerto”, y dice: “Según Artaud el teatro podría hacerse sin luz, sin música, sin vestuario, sin texto. Sólo el actor ante los espectadores. Y yo digo: sólo el actor entre los espectadores”.

Más tarde, Mónica García retocará la cuestión a partir de la plástica: “Bacon pintaba a la gente por dentro, con una carnalidad excesiva, y dice Godard que Velázquez en sus últimos días ya no pintaba las cosas sino lo que había entre las cosas…esa belleza”. Pero los espacios que hay entre las cosas son infinitos, como ya utilizaba Zenón en su paradoja sobre Aquiles y la tortuga, aprovechando para hablar de la velocidad, así que Matarile se vale de esos espacios para plantearnos un desarrollo que podría no tener fin y dar pie a muchos más.

Espacios, diseños, accesibilidad

De nuevo la compañía quiere proporcionar su trabajo de una manera próxima al público, así que ha dispuesto un espacio singular, con una grada muy reducida, aforo limitado, y la situación de mesas en forma de U, desde las cuales el equipo artístico conecta su expresión con la visión de l@s asistentes. Si desde la fila periférica de gradas se puede tener panorámica del desarrollo, desde abajo sucede la proximidad. No me gusta nada la distancia en el teatro, así que, diré que desde las mesas “sucede el arte”.

El montaje, parcialmente móvil, nace en el exterior y está sujeto a un pequeño recorrido del público, pero también son móviles parte de los elementos del espacio escénico, aunque aquí, lo importante es la cuestión de la entrada, salida e interacción, que dan lugar a esa intención de estar “entre los espectadores”, que no quiere ser una cuestión literal, pero que también acaba siéndolo.

El complemento al diseño viene de la mano de la iluminación de Baltasar Patiño, que sutilmente subraya esos “espacios entre”, desde la iluminación entre el público, que surge de la propia grada, o las jirafas sin contrapeso con pequeños focos, que en las esquinas servirán para una instalación que se genera con libros y diversos elementos, que irán pasando entre el público.

Personajes, momentos, acción física y textos condensados

Ya desde el inicio, el cicerone Enrique Gavilán esconde los paseos de María Roja al fondo, con caperuza, que no podrá resistirse a pasar y gritar entre el público que se agolpa entorno a la acción principal. Ana Vallés también está entre la gente, dirige, pero no tiene inconveniente en hacerse parte de los asistentes. Óscar Codesido nos recibe en pose a la entrada, antes de que la acción estalle en texto.

El desarrollo, fragmentado en cortos textos (salvo un par de momentos algo más extensos), parece haberse concebido para que todo quepa en los pequeños espacios de la mente que deben procesar y reaccionar. Vuelve a estar presente Pasolini, en un breve poema extraído de La rabbia (un film brutal de contrastes creado como documental en 1963) y dedicado a la muerte de la belleza en el mundo, tomando como sujeto a Marilyn. Una entrevista en directo, recuerdos reales o distorsionados, el pensamiento filosófico y el remedo de la filosofía. La poética siempre.

El movimiento está muy presente, en forma de danza y de teatro físico, ya de manera individual, ya de forma que implica a todo el colectivo: nada deja indiferente, hay humor e ironía, hay referentes que es preciso correr a buscar, repasar, conocer… pero, sobre todo, la provocación y la poética, subrayan el movimiento y su desarrollo.

Ana Vallés se pregunta “cuál es mi actitud como espectadora, como alguien que observa […] me pregunto también si soy capaz de contemplarlas con los mismos ojos de la primera vez, si soy capaz de desligarme de las sensaciones que tuve al verlas otras veces, si las comparo”. Yo me pregunto inevitablemente, cuál sería mi actitud hace 30 años (los que tiene la compañía), ante una propuesta como esta, y si sería capaz de hundirme tan profundamente en la mirada de su creación, o habría salido corriendo ¿cuál es el riesgo asumible?

Buscar el pensamiento propio, bajo la jirafa

Me dejan sentado varios días, sintetizando, buscando, leyendo, viendo y escuchando. Hablo con unos amigos del riesgo de este tipo de acción, que puede capturar y dejar a un público limitado en la lejanía de otro tipo de teatro, de disgregarnos de una realidad social diferente y masiva, para convertir sus 30 años de lucha y revolución artística, en un resultado necesario, pero escogido y limitado. Y vuelvo a lo de siempre: entre programadores de grandes espacios y la ausencia de público, los factores de dirigismo y carencia de riesgos, nos dejan en un mar muerto de las Artes Escénicas, donde el exceso de productos hacen que los sólidos floten, pero no haya manera de ver el fondo.

Estamos ante un trabajo que es preciso ver, del que sustraer momentos lo empobrece (como hago ahora) o bien nos conduce a otra necesidad: la de encontrar cada paso y cada punto de relación con otras realidades en sus escenas. Hay que buscar las propias ideas, las motivaciones, lo que los conceptos sugieran, porque no es suficiente quedarse en la satisfacción de esos 90’ de ser público unos, artistas los demás.

Este trabajo, viene dedicado al querido Pepe Henríquez, que se aparece al fondo, “entre” el público y los textos, y que se encargó de mover a tanta gente para dar a conocer en sus escritos (y en lo personal) las creaciones de tantas compañías diferente y de vanguardia: otra cosa que debo agradecerle infinitamente. Me comentan que es la primera vez que la compañía viene a Madrid y él ya no está: pero ese es también el resultado de su trabajo. Ese, y seguir exigiendo que los espacios se abran de una vez a la creación diferente, no por un día, sino por temporadas. Se hace preciso mirar donde no nos dicen que miremos, y creer que allí habrá algo que ya no esperamos encontrar.

A la hora en que escribo este artículo, consulto de nuevo en una aplicación estelar de mi teléfono móvil la constelación y, en este momento, la jirafa está de pie en el cielo, sobre el horizonte norte, o así me lo indica, posando sus patas, erguida sobre nuestra galaxia, bajo el Draco y la Ursa Minor. Debo creerlo, porque la ciudad, una vez más, impide constatarlo: pero si una app del móvil lo dice, seguro que será así. Entre ellas y nosotr@s, millones de años luz, millones de astros situados y millones de pequeños infinitos espacios para perdernos.

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